El estrés y las expectativas de conducta

En este artículo vamos a intentar realizar una aproximación a la forma en la que nos afecta el estrés en función de nuestras expectativas. A modo de resumen podíamos decir que las expectativas que los demás tienen sobre nuestro comportamiento se convierten en poderosos estresores cuando llegamos a convertirlas en una obligación.

Generalmente cuando hablamos de estrés en el entorno terapéutico y centramos nuestra atención en sus causas y consecuencias, las buscamos en cuestiones como la interpretación distorsionada de la realidad, la evaluación de que no disponemos de suficientes recursos de afrontamiento y eso nos lleva a la evitación de los eventos estresantes o la falta de habilidades asertivas de comunicación. Pero con frecuencia olvidamos algo que, con toda probabilidad,  es un aspecto de gran relevancia en la génesis y mantenimiento de muchos de los cuadros de síntomas clínicos que cursan con estrés y ansiedad. Se trata de las expectativas relacionadas con el comportamiento en sus dos dimensiones:

  1. ¿Qué esperan los demás de mí…? y cómo esa expectativa influye sobre mi pensamiento, éste a su vez moldea mis emociones y condiciona el que ejecute una determinada conducta. No hay que olvidar que cómo pensamos, sentimos y cómo sentimos, actuamos
  2. ¿Qué espero yo de los demás…? y en qué medida me afectan esas expectativas dependiendo de que los demás actúen cómo yo quiero o no.

¿Qué creo que los demás esperan de mí?

Dirigir nuestro comportamiento en función de las expectativas que los demás tienen de nosotros es la mejor manera de autogenerar estrés. La ejecución continuada de conductas con las que, de alguna manera, no estamos de acuerdo y las realizamos por obligación, provoca un efecto psicológico en la persona que se conoce como disonancia cognitiva, pudiendo acabar inmersa en un cuadro importante de ansiedad.

Pero todavía puede ser peor. Basta con que esas expectativas se basen en una creencia (lo que creo que esperan de mí) para que añadamos a nuestros pensamientos, conductas y emociones un importante margen de error.

Podemos ilustrar el caso con un ejemplo muy común: el joven que estudia Medicina ,por ejemplo, porque su padre es médico, y desde pequeño ha interiorizado, ha creído, que eso es lo que su padre espera de él (siendo muy probable que no sea esa su verdadera vocación).

No es importante en este caso si la conducta del hijo coincide o no con la expectativa del padre. Lo realmente relevante es cómo el hijo llega a convertirlo en obligación y a construir toda una vida en torno a ella, muy a menudo sin tan siquiera contrastar si su creencia se ajusta a la realidad.

Este ejemplo se repite a menudo con creencias y expectativas de mucho menos calado, que a diario convertimos en pequeñas obligaciones, y que inevitablemente se acumulan llegando a convertirse  en un muy probable estresor.

¿Qué espero yo de los demás?

La otra cara de la moneda de las expectativas la constituye todo aquello que espero de los demás, y que en algunas ocasiones no llega a ser satisfecho. Es muy razonable pensar que una persona que tiene la tendencia a convertir en obligación lo que los demás esperan de ella, como contrapartida espere de lo demás algún tipo de satisfacción. Aunque de forma general tendemos a tener expectativas sobre el comportamiento de los demás, especialmente con respecto a nosotros, el conflicto mental se produce cuando exigimos a los demás que actúen tal y como nosotros habíamos deseado.

La consecuencia casi inevitable de una expectativa no satisfecha es la frustración, la queja, la ira, etc. Emociones negativas muy vinculadas a cualquier cuadro clínico de ansiedad, que si no se resuelven aceptablemente pueden llegar al resentimiento.

¿Cómo evitar el estrés vinculado a las expectativas?

Aunque la situación ideal sería permanecer ajenos a las expectativas, es decir, no esperar nada de los demás y no atender a lo que creo que los demás esperan de mí, es un objetivo virtualmente inalcanzable. Por este motivo, aunque persigamos este objetivo, parece más razonable utilizar estrategias intermedias y más realistas.

En lo que respecta al primer tipo de expectativas, no cabe duda que la primera estrategia pasa por eliminar el error que añade la creencia a nuestra conducta. Si voy a dirigirme por expectativas de los demás, al menos que sean  reales. Para ello la comunicación asertiva es fundamental, y en la mayoría de los casos basta con preguntar antes de asumir la obligación. Una vez salvado el primer obstáculo es útil recurrir a los derechos asertivos, y en particular al derecho que me asiste a no hacer lo que lo que los demás esperan de mí. Una vez asumido e interiorizado este derecho te habrás librado de una de las mayores fuentes de estrés.

La otra cara de este derecho es el que asiste a los demás a no hacer lo que yo espero de ellos, pero justo esta estrategia es la más útil a la hora de librarnos del segundo tipo de expectativas. Si soy capaz de asumir e interiorizar este derecho, desaparecerán de un plumazo todas aquellas emociones negativas que con seguridad habré vinculado a todo lo que espero de los demás y no veo satisfecho.

La estrategia nuclear es finalmente la comunicación asertiva. Es necesario hacer visibles los deseos, necesidades y sentimientos de cada cual, no para convertirlos en obligación, sino con la intención de encontrar puntos de encuentro que conviertan las expectativas, en una y en otra dirección, en asumibles, realistas, modificables y enriquecedoras.