Expresar o reprimir las emociones
El pensamiento de los últimos siglos ha insistido en el uso de la razón por encima de las emociones. Nos hemos ido educando culturalmente aceptando la locución propuesta por el filósofo René Descartes y que se convirtió en el elemento fundamentas del racionalismo occidental “Pienso luego existo”, restando importancia a la emoción y su expresión.
El ambiente cultural y social actual apunta a la no expresión emocional, sobre todo aquellas emociones que social y culturalmente han sido etiquetadas – estigmatizadas – como negativas, tales como la rabia, la tristeza, el dolor, o el miedo. Estas emociones han sido catalogadas como una debilidad más que un potencial, en consecuencia hay la tendencia a negarlas, reprimirlas, camuflarlas o apaciguarlas. En este contexto es común escuchar expresiones tales como: “Si te ven triste o llorando van a pensar que eres débil”, “No te enfades: van a pensar que eres un amargado”, “no te rías tan fuerte: te ves tan vulgar cuando lo haces”, “contrólate, no llores…” “los hombres no lloran”, etc.
De modo que las personas tendemos a amoldar nuestra expresión emocional a los cánones socialmente aceptados, lo cual puede implicar reprimir o negar determinadas emociones. Como dice Maickel Malamed: “Parte del manejo emocional tiene que ver con moldes… el hombre piensa, la mujer siente, los hombres no lloran, la tristeza es mala, el miedo es de cobardes… se pierde la emoción en una cuestión moral y la moralidad está en la acción, no en el sentimiento”. Pero nos engañamos al pretender meter las emociones en un molde, y etiquetarlas como buenas o malas, positivas o negativas. Las emociones son, simplemente, expresiones naturales de nosotros mismos que expresan una realidad interna, una necesidad.
Las emociones son un componente fijo de nuestro programa de comportamiento. Como seres humanos no podemos suspender, desconectar o eliminar las emociones de nuestro repertorio de experiencias y comportamientos. Las emociones no son simplemente una opción dentro de un menú del que podemos escoger alguna de las opciones sugeridas. Por el contrario, representan un componente fijo de nuestro programa de comportamiento. Las emociones son reacciones instintivas – impulsos o disposiciones – para actuar, ante situaciones y circunstancias diversas, son adaptativas, es decir, sirven para adaptarnos al medio ambiente y sobrevivir, por eso se mantienen en nuestro repertorio cognitivo/conductual.
Cada una de las emociones son signos que nos ayudan a prepararnos para responder a diferentes situaciones. Así por ejemplo la rabia nos informa que alguien ha traspasado nuestros límites, el dolor nos dice que ha aparecido una herida, el miedo nos comunica nuestra necesidad de seguridad, el placer nos ayuda a tomar conciencia de que nuestras necesidades están satisfechas, la tristeza nos susurra del valor de lo perdido, la frustración nos expresa que tenemos necesidades no atendidas – objetivos no alcanzados -, la impotencia nos habla de la falta de recursos para el cambio, la confusión nos expresa que estamos procesando información contradictoria. Cada emoción tiene su propio mensaje e intensidad.
Lo que resulta complicado en ocasiones es gestionar y expresar adecuadamente esas emociones, sobre todo las que nos hacen sentir mal. Una de las estrategias – estériles e inefectivas – que más utilizamos para lidiar con las emociones con las cuales nos sentimos incómodos, tales como la ira, el miedo, la impotencia, la frustración, la inseguridad, entre otras, es el control. Al respecto comenta Norberto Levy: “Al sentir una emoción que nos disgusta, como el miedo o enfado, queremos controlarla para que desaparezca. Pero así sólo se intensifica. El camino es ayudarla a madurar”.
Hay muchas maneras de controlar las emociones. Podemos racionalizarlas, reprimirlas, negarlas o simplemente tratar de desconectarlas, en el caso de que nos resulten demasiado amenazantes. Pero el resultado de este “esfuerzo disciplinado” por controlar las emociones, es la insanidad emocional, la pérdida del contacto con el sí mismo, la inautenticidad, la desintegración del alma.
La represión emocional daña nuestra salud psicológica y física. Negar o reprimir “emociones indeseadas” como el miedo, la tristeza o la rabia, no hará que desaparezcan, por más “disciplina y control” que utilicemos. Seguirán presentes en nuestras vidas, pero expresándose de otras formas, como rigidez corporal, insomnio, adicciones, falta de espontaneidad, irrupción descontrolada de los rasgos y sentimientos controlados, compulsividad en algunas de nuestras acciones, degradación funcional de la secuencia vital de nuestra comunicación (percepción – sentimiento – expresión).
La emoción es energía que genera nuestro organismo y que por su naturaleza busca expresarse, pero la energía, por principio físico, no se destruye sino que se transforma. Así sucede con la emoción cuando la reprimimos evitando que se exprese mediante el llanto, las palabras, la risa, etc…, se transforma en enfermedades como gastritis, problemas digestivos, problemas cardiovasculares, cáncer, entre otras enfermedades; o en insanidad psicológica, como culpa, depresión, ansiedad, etc. Resulta, pues, un esfuerzo inútil tratar de “enterrar las emociones”. Como lo expresa Don Colbert: “Las emociones no mueren. Las enterramos, pero enterramos algo que todavía está vivo”. Agrega Deb Shapiro: “Toda emoción reprimida, negada o ignorada queda encerrada en el cuerpo”.
Cuando reprimimos las emociones negándoles su expresión, el efecto de expresión y movimiento que es inhibido, se encauza hacia adentro. Así por ejemplo, cuando reprimimos la rabia o el miedo, la tensión muscular que debería experimentarse en los músculos orientados hacia el exterior, que intervienen en la respuesta típica de huida o ataque, se direcciona hacia adentro, transfiriendo esa carga a los músculos internos y vísceras. En el largo plazo esa tensión que acompaña a las emociones y que fue inhibida, termina expresándose a través de otras formas como contracciones y rigidez muscular, dolores del cuello y espalda, enfermedades gástricas, dolores de cabeza, entre otros. Las emociones que no expreses, enfrentes y resuelvas, terminan por manifestarse en alguna parte del cuerpo, tal y como mantiene el debatido enfoque de las enfermedades psicosomáticas, según el cual los trastornos físicos psicogénicos se desarrollan a causa de sentimientos reprimidos. Cuanto más fuerte es la represión de una emoción, más fuerte es la explosión emocional
La expresión: Una estrategia ecológica de gestión de las emociones. La clave para lograr efectividad en el manejo y gestión de las emociones no es negarlas o controlarlas, sino permitir que fluyan, lo cual no quiere decir que si, por ejemplo, estas enojado (a) con tu cónyuge, des rienda suelta a tu enojo y le lastimes, o traspases sus límites y derechos, sino más bien dejar que tu emoción te informe que está pasando contigo, para luego decidir cómo atenderla y expresarla de la manera más segura, útil y productiva para ti (Asertividad). La idea implícita es la del “judo emocional”, lo cual consiste en ver la emoción como una fuerza que busca expresar una necesidad del organismo y tratar de absorber la energía o fuerza (fluir con lo que está sintiendo – adquirir plena conciencia) y ayudarla (no bloquearla, controlarla) para que complete su movimiento, utilizando su fuerza para que continúe su camino, en vez de bloquearla, causando que nos tumbe o agobie. Por otra parte, liberar la energía que generalmente usamos para reprimir las emociones producirá un enorme flujo de vitalidad que se manifestará en forma de relajamiento, creatividad, satisfacción y poder personal.